
por Pablo Rego | A lo largo de la historia del fútbol, algunos nombres han quedado grabados no sólo por sus logros deportivos sino por la huella indeleble que dejaron en la conciencia colectiva de millones de personas. Diego Armando Maradona y Lionel Andrés Messi son dos de esos nombres. Su genialidad, su estilo, su conexión con la pelota y su capacidad para emocionar han traspasado fronteras, culturas y generaciones. Son íconos. Son símbolos. Son artistas del deporte.
Pero más allá de las estadísticas, de los títulos y de los récords, hay un detalle que muchas veces pasa desapercibido y que, al observarlo con atención, revela una clave profunda y poderosa: ambos son zurdos. Ambos patean con la izquierda, y desde esa singularidad han desplegado un modo de jugar que parece nacido de otro plano, como si canalizaran algo que va más allá de la técnica, más allá del entrenamiento o la estrategia. Como si el fútbol, en sus pies, se transformara en danza, en poesía, en magia.
La zurda de Maradona y la zurda de Messi no son simplemente una característica anatómica. Son un canal. Un medio de expresión de lo inexplicable. Y quizás, en ese acto aparentemente sencillo de golpear la pelota con la pierna izquierda, se esconde una pista, un secreto que conecta la biología con el alma, la ciencia con lo sagrado.
El hemisferio derecho y la
percepción del mundo
Desde el punto de vista neurológico, el cerebro humano se divide en dos hemisferios que, aunque trabajan en conjunto, tienen funciones especializadas. El hemisferio izquierdo, que controla mayormente el lado derecho del cuerpo, está vinculado al pensamiento lógico, analítico y lineal. Es el hemisferio del lenguaje estructurado, de las matemáticas, de lo concreto. El hemisferio derecho, por otro lado —que controla el lado izquierdo del cuerpo—, se asocia con la creatividad, la intuición, la percepción espacial, la emoción y la visión holística.
Cuando alguien es zurdo —es decir, cuando su hemisferio derecho tiene mayor incidencia sobre la motricidad—, suele haber una predisposición a percibir el mundo de manera más artística, más global, más sensorial. No se trata de una regla infalible, pero sí de una tendencia que ha sido observada y estudiada desde distintos campos, incluyendo la neuropsicología, la pedagogía y, por supuesto, las neurociencias aplicadas al deporte.
Y es allí donde aparece el punto clave: ¿es posible que Maradona y Messi, como zurdos, hayan tenido un acceso privilegiado a esa dimensión más profunda, más intuitiva y espontánea del juego? ¿Es posible que hayan conectado, de forma natural, con una forma de jugar que no pasa por el pensamiento racional sino por la vivencia sensorial directa?
Jugar desde la conciencia
expandida
Ambos futbolistas, en sus mejores momentos, parecían jugar en un estado alterado de conciencia. Sus decisiones eran instantáneas, su capacidad de anticipación asombrosa, su dominio del espacio y del tiempo, casi sobrehumano. Maradona en el ’86. Messi en el Mundial de Qatar. Ninguno pensaba demasiado. Ninguno analizaba paso a paso lo que debía hacer. Simplemente lo hacían. Estaban ahí, presentes, encendidos, conectados con algo más grande.
Esto se puede vincular con lo que la neurociencia llama estado de flujo (flow), una noción desarrollada por Mihaly Csikszentmihalyi para describir el estado mental en el que una persona está completamente inmersa en la actividad que realiza, con una concentración tan intensa que desaparece la noción del yo, del tiempo y del entorno. Es un estado de conciencia expandida que, curiosamente, activa en mayor medida el hemisferio derecho del cerebro.
Cuando un futbolista entra en estado de flujo, como tantas veces lo hicieron Diego o Leo, el juego se transforma en arte. Se toma la mejor decisión sin pensarla. Se dribla sin calcular. Se patea al arco sin mirar. Se conecta con una sabiduría corporal que no pasa por el intelecto sino por la experiencia profunda del momento presente.
La magia de la zurda: entre lo
sutil y lo físico
Podríamos pensar que la zurda es apenas una forma de ejecutar una acción física. Pero cuando observamos con atención los gestos de Maradona o Messi, vemos que hay algo más. Hay un trazo. Hay una firma personal. Hay una estética del movimiento que conmueve. Es como si cada pase, cada gambeta, cada remate estuviera siendo guiado por una fuerza invisible, por una inteligencia que no se aprende en los entrenamientos.
Y aquí entra en juego la dimensión espiritual. En muchas tradiciones antiguas, el lado izquierdo del cuerpo está vinculado con lo receptivo, con lo femenino, con lo intuitivo. En el Tao, se habla del yin como esa energía contenida, sensible, silenciosa. En el Yoga, el canal izquierdo (ida nadi) representa lo lunar, lo emocional, lo creativo. Y en ciertas corrientes esotéricas se dice que la izquierda es la puerta del alma.
¿Será entonces que estos futbolistas lograron, a través del juego, convertirse en médiums de esa dimensión sagrada? ¿Será que en su zurda se activó no solo una habilidad técnica sino una conexión más profunda con lo espiritual?
El arte de trascender
Maradona y Messi no sólo hicieron goles. Hicieron historia. Nos hicieron llorar, gritar, vibrar. Nos recordaron que el fútbol puede ser más que un deporte, más que una competencia, más que un negocio. Nos recordaron que el cuerpo, cuando está en armonía con el alma, puede convertirse en instrumento de algo mayor.
Quizás por eso sus jugadas se parecen tanto a una oración. A una plegaria en movimiento. A un acto de belleza que nos reconcilia con lo divino. Porque hay algo sagrado en lo que no puede explicarse, en lo que nos deja sin palabras, en lo que simplemente nos conmueve.
Y si bien el hemisferio derecho puede darnos una explicación parcial, una clave biológica de lo que ocurre, también nos invita a abrirnos al misterio. A aceptar que, en algunos seres humanos, la genialidad no se fabrica: se manifiesta. Como un regalo. Como un don. Como una misión.
Jugar desde el alma
Hay quienes dicen que Maradona fue el último dios pagano del siglo XX. Hay quienes llaman a Messi "el Messiás" del fútbol moderno. Más allá de los nombres, los títulos o las comparaciones, lo que une a estos dos genios es una forma de jugar desde el alma. De hacer del fútbol un arte. De vivir cada partido como si fuera el último. Y de recordarnos, con cada zurdazo al ángulo, que la belleza sigue siendo posible, incluso en medio del caos.
Quizás por eso, cuando los vemos en acción —aunque sea en videos, aunque sea en la memoria—, algo en nosotros se enciende. Algo que también está dentro nuestro. Porque todos tenemos, en algún rincón, una zurda dormida, un hemisferio derecho que espera ser despertado. Una parte de nosotros que quiere vivir, crear, sentir… y jugar.
©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Terapeuta
Diplomado en Ayurveda
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