por Pablo Rego | ¿Dónde termina la compasión y comienza la interferencia? ¿Cuál es el límite entre ser puente o carga para el otro? Meditación, karma y acción consciente trazan la geografía de un servicio que no se desgasta.
Meditación: encontrar el centro sin huir del mundo
La práctica espiritual profunda, como la que propone el Rāja Yoga —también conocido como Mahā Yoga, el “Gran Yoga” o el “camino
real” hacia la liberación espiritual—, nos entrena para morar en el centro
interior. A través de la meditación cultivamos un estado de ecuanimidad que no
niega las emociones, pero tampoco se disuelve en ellas. Este equilibrio no es
frialdad ni desconexión: es presencia
lúcida, un modo de habitar el mundo desde un eje que no depende de las
circunstancias externas.
La literatura clásica del Yoga, como los Yoga Sūtras
de Patañjali, describe este estado como sthitaprajña, la sabiduría
estable, donde la mente permanece firme “como una lámpara en un lugar sin
viento”. No se trata de volverse indiferente ante el sufrimiento ajeno, sino de
aprender a no ser arrastrado por él.
Solo desde esa serenidad interior se puede ejercer una acción verdaderamente
transformadora.
La práctica cotidiana de la meditación fortalece la capacidad
de observar los movimientos internos sin identificarse con ellos,
permitiéndonos ser testigos conscientes del dolor —propio y ajeno— sin quedar
atrapados en él. Esta neutralidad no es pasiva: es la base del discernimiento.
La compasión consciente: ni evasión ni sacrificio
La compasión, cuando nace del centro, nos impulsa a abrirnos
hacia el otro sin perder el contacto con nosotros mismos. No se trata de un
deber ni de un impulso ciego, sino de una inteligencia del corazón. El Budismo
Mahāyāna pone en el centro esta cualidad, encarnada en el arquetipo del
Bodhisattva: aquel que elige quedarse en el mundo para aliviar el sufrimiento
de todos los seres, aun cuando podría retirarse hacia la iluminación.
Pero incluso este acto sublime tiene sus condiciones. Thich
Nhat Hanh, maestro zen y activista por la paz, solía recordar que “para
escuchar con compasión, debemos respirar con conciencia”. La compasión que no
está sostenida por la atención plena puede transformarse en absorción
emocional, desgaste o incluso control.
Ser compasivo no es sinónimo de cargar el dolor ajeno sobre
los hombros, ni de olvidarse de uno mismo en nombre de una virtud. Es, en
cambio, sostener al otro sin dejar de
sostenernos. Ayudar, sí, pero desde la raíz del equilibrio. Si actuamos por
necesidad de aprobación, por miedo a quedar mal o por no tolerar el dolor del
otro, no estamos ayudando: estamos
proyectando nuestra propia confusión.
El karma y el respeto por el proceso del otro
Aquí es donde entra la comprensión del karma como ley
universal de causa y efecto. Cada ser humano transita un camino único, tejido
por sus elecciones pasadas, sus aprendizajes pendientes y su propósito
interior. El verdadero respeto espiritual incluye la aceptación de que no siempre sabemos qué es lo mejor para
otro.
El Bhagavad Gītā —uno de los textos más profundos del
pensamiento yóguico— insiste en la importancia de que cada quien cumpla con su svadharma,
su deber interno, su camino personal. Abandonar ese deber por ayudar al otro,
aunque sea con buenas intenciones, puede generar desarmonía. En palabras de
Krishna: “Es mejor fallar en cumplir con
el propio deber que triunfar cumpliendo con el de otro”.
Esto no significa permanecer indiferentes. Significa
acompañar con conciencia, sin invadir. Confiar en que el proceso del otro tiene
su propio ritmo, su sentido oculto, su sabiduría. A veces, querer “salvar” al otro es robarle su oportunidad de transformación.
Sri Ramana Maharshi lo expresaba de forma contundente: “El
mejor servicio que puedes dar al mundo es realizar tu verdadero Ser”. Desde ese
estado de unidad, todo acto se convierte en guía, no por imposición, sino por
resonancia.
El cuerpo como brújula del equilibrio
El cuerpo, como espacio de conciencia, también nos ofrece
señales claras sobre si estamos desbordando nuestros propios límites. El exceso
de tensión, el cansancio crónico, la sensación de estar “vaciándonos” son
señales de que estamos ayudando más allá de lo que nos corresponde. La
sabiduría del cuerpo puede guiarnos a discernir cuándo es momento de retirarse,
de poner límites, de volver al eje.
En la tradición yóguica, se enseña que uno no debe ayudar “desde el agotamiento”, sino
desde el Prāna —la energía vital equilibrada— que se cultiva a través de la
práctica. Cuando el Prāna fluye sin bloqueos, la acción surge sin esfuerzo, sin
desgaste, como una extensión natural del estado interior.
El servicio como ofrenda desde el centro
¿Cómo ayudar sin perderse? ¿Cómo dar sin esperar? ¿Cómo
acompañar sin dirigir?
La clave está en unir
meditación, compasión y comprensión del karma. Meditar nos ancla al
presente. La compasión nos abre al otro sin juicio. El karma nos recuerda que
no somos responsables del destino ajeno. Cuando estas tres fuerzas se integran,
el servicio deja de ser una carga y se vuelve una ofrenda.
En ese estado, no hay exigencia ni desgaste. Solo
disponibilidad y discernimiento. El servicio consciente no se mide por la
cantidad de ayuda que damos, sino por la calidad de la presencia desde la que
actuamos.
No se trata de hacer más. Se trata de ser más. Más presentes,
más verdaderos, más íntegros. A veces, una
sola palabra dicha desde el corazón es más transformadora que mil acciones
hechas desde la ansiedad o la culpa.
Permanecer en el mundo sin ser del mundo
La hiperconectividad actual nos pone en contacto constante
con el dolor ajeno, y donde el ideal de compasión a menudo se confunde con
sacrificio o autoabandono. En este contexto, la propuesta del Yoga es más
actual que nunca: permanecer en el mundo sin ser arrastrado por él, actuar
desde la ecuanimidad y ofrecer sin expectativas.
Ayudar no es salvar.
Servir no es controlar. Acompañar no es absorber. En el silencio que se cultiva a
través de la práctica, nace una forma de amor que no duele, que no exige, que
no se agota. Una forma de servicio que respeta el misterio del otro, que confía
en el poder de cada alma para despertar por sí misma.
Tal vez ahí, justo en ese filo entre el hacer y el ser, entre
el silencio interior y la acción compasiva, nazca la verdadera forma del
servicio consciente. Esa que no necesita reconocimiento, que no exige
resultados, y que transforma no desde el esfuerzo, sino desde la quietud de un
corazón despierto.
©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Masajista-Terapeuta Holístico
Diplomado en Ayurveda
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